En el Centenario del levantamiento Espartaquista y el asesinato de Rosa Luxemburgo y Carlos Liebknecht


El 15 de enero se cumple el Centenario del asesinato de Rosa Luxemburgo y Carlos Liebknecht y la posterior derrota de la revolución alemana liderada principalmente por los espartaquistas. Luxemburgo y Liebknecht fueron grandes dirigentes del proletariado alemán e internacional que pagaron con sus vidas la derrota de la revolución alemana desarrollada a finales de 1918 e inicios de 1919. Desde Revolución Obrera queremos remarcar la fecha y señalar algunos puntos que son necesario rescatar y recordar, no solo a los lectores interesados en la historia del movimiento obrero mundial, sino a los obreros y campesinos avanzados, como también a la intelectualidad revolucionaria que comienza a acercarse a la ciencia del marxismo para encontrar respuestas o luces para resolver los enormes problemas que aquejan a la decadente sociedad actual.

La Revolución de Octubre inauguró la Era de la Revolución Proletaria Mundial


La Revolución de Octubre liderada por el Partido Bolchevique en Rusia de 1917 transformó radicalmente la historia de Europa e inauguró la Era de la Revolución Proletaria Mundial. Un periodo que va desde el tránsito del capitalismo en su última fase imperialista al socialismo, un sistema social que se hace posible en los eslabones débiles de la cadena imperialista y donde la clase obrera está mejor organizada y preparada para instaurar su dictadura de clase en alianza con los campesinos.
Cabe recordar que en la Primera Guerra Mundial iniciada en 1914, las potencias europeas agrupadas en la Entente y las agrupadas en torno a las Potencias Centrales se disputaron a sangre y fuego el control territorial, mercados, colonias y mano de obra ya repartida antes de la guerra, ya que solo por medio de la guerra podían resolver las contradicciones desatadas por la profunda crisis del sistema. La guerra fue una política imperialista para ganar una mejor posición y mayores ganancias para el bando vencedor. Bastaron solo tres años guerra de para convertir a Europa en enormes montañas de cadáveres, trincheras nauseabundas, pestes mortales y la destrucción de cuantiosos bienes producidos en Europa. Aquella barbarie recibió el espaldarazo de los oportunistas europeos, los “héroes” de la Segunda Internacional, quienes estuvieron de acuerdo y dieron sus votos para los créditos de guerra, estuvieron de acuerdo con que los obreros y campesinos de toda Europa se mataran por los colores nacionales de los imperialistas.



Ello se explica porque la mayoría de partidos obreros europeos cayeron en el camino del cretinismo parlamentario y de compromiso con la burguesía, camino correctamente denunciado por Lenin y los bolcheviques. Rosa Luxemburgo y Carlos Liebknecht en Alemania se opusieron rotundamente a aquella traición del Partido Socialdemócrata Alemán, quien desde el parlamento en 1914 votó a favor de la guerra. En un esfuerzo organizativo e ideológico Carlos Liebknecht y Rosa Luxemburgo junto con otros dirigentes y militantes organizaron la Liga Espartaquista hacia los años finales de la guerra.

Es necesario anotar también el enorme descontento que se agitaba dentro de las masas populares de toda Europa, la guerra había transformado radicalmente la vida de las masas oprimidas, ora como carne de cañón en el frente de guerra, ora con hambrunas y carestías en las ciudades, extensas jornadas de trabajo por salarios miserables y la prohibición de todos los derechos esenciales a favor de regímenes militares. Las masas en Europa esperaban con ansias el fin de la guerra, ya que en el transcurso de la misma aprendieron en carne propia el significado de la guerra imperialista; el llamado a morir por los intereses de la burguesía y los imperialistas, era la muerte y destrucción de Europa; la fachada “democrática” con la cual se ungían las instituciones burguesas como el parlamento, fue desecha por la guerra y mostraron ante el mundo su esencia de dictadura al servicio de los monopolios y burgueses; por tales motivos las masas les perdieron fe, asimismo los partidos oportunistas entraron en bancarrota y creció su desprestigio.

Más hacia el Este, en la Rusia zarista, el Partido Bolchevique lideró a las masas insurrectas a instaurar un Estado de dictadura del proletariado, un partido completamente comprometido por desenmascarar la guerra imperialista y frenarla lo antes posible. La revolución se desencadenó en un escenario lleno de muchos limitantes y dificilísimas pruebas, imposibles de superarse a no ser porque todo un pueblo se hallaba levantado como un solo hombre para encarar la situación y revolucionar la sociedad, gracias a la correcta dirección de un verdadero partido proletario.

Los bolcheviques durante el desarrollo de la guerra defendieron la tarea de transformar la guerra imperialista en guerra civil revolucionaria, es decir, los soldados de cada bando imperialistas no deberían apuntar sus cañones hacia los obreros de las otras naciones, sino hacia el interior de sus países donde acomodadamente vivían las clases dominantes responsable de desencadenar la horrible guerra. Después del triunfo de la revolución, los Bolcheviques firmaron una paz separada con Alemania para frenar la guerra en el Este. En el frente Ucraniano los bolcheviques distribuyeron muchos volantes y propaganda que hacían alusión a la barbarie imperialista y a la necesidad de que los soldados alemanes transformaran la guerra imperialista en guerra civil.

Aquella fue la situación que empujó al pueblo alemán a rebelarse contra el poder del Káiser (el monaguillo de la monarquía alemana) y levantarse para tomar el poder en sus manos.

El levantamiento Espartaquista

Marinos revolucionarios amotinados durante los combates el día de navidad dentro y en los alrededores del Palacio Real en Berlín, 1918.

Después de la traición de los dirigentes oportunistas del Partido Socialdemócrata Alemán (PSA), el partido se dividió en tres fracciones. Una de ellas fue el grupo conocido por Liga Spartacus, dirigida por los dos insignes dirigentes Rosa Luxemburgo y Carlos Liebknecht, otra fracción al interior del PSA, se autodenominó Partido Socialista Independiente de Alemania” (PSIA), con su propia organización sindical. Este partido se constituyó en “oposición” a los métodos burocráticos del PSA, pero esencialmente se mantuvo en el parlamento hasta su expulsión en 1917. Disponía de una izquierda de composición obrera que actuaba en la calle, y una derecha que maniobraba en el parlamento. Fue la expresión alemana de lo que Lenin designó con la palabra centrismo a nivel internacional, un partido que agrupaba en su interior a elementos revolucionarios y oportunistas declarados. Finalmente estaban los Socialistas internacionalistas de Alemania (SIA), dirigidos por Anton Pannekoek; coincidían en el mismo ideario revolucionario con la Liga Spartacus, pero a diferencia de estos, los grupos oposicionistas que conformaron el SIA rompieron definitivamente con el PSA en diciembre de 1916. Querían una nueva organización efectivamente revolucionaria que evitara la formación de una casta de burócratas corrompidos. Como vemos, desde la bancarrota del PSA en 1914, los elementos avanzados y revolucionarios dentro del partido cometieron un error fundamental al no haber aprovechado la situación de ruptura y reestructurar un partido cohesionado ideológicamente en la lucha contra el oportunismo, o haber generado el terreno para que aquellos elementos oportunistas fueran expulsados del partido y lograr la independencia ideológica y política. Acá aparece el primer desacierto que recae principalmente sobre los dirigentes Rosa Luxemburgo y Carlos Liebknecht, responsables políticos e ideológicos más avanzados dentro del partido. Tal táctica de convivencia orgánica en un mismo partido con elementos oportunistas es una concepción errónea centrista que deshace la unidad ideológica del partido comunista, debilitando los elementos revolucionarios y fortaleciendo los elementos oportunistas. Rosa Luxemburgo elaboró una tesis defendiendo las posiciones centristas dentro del partido, Lenin respondió que esta tesis estaba desprovista de toda trascendencia práctica si no iba presidida por la decisión previa de romper a tiempo en cada país, no sólo con las organizaciones que habían aceptado participar en esa guerra, sino con la II Internacional contrarrevolucionaria, a fin de reunir orgánicamente en la lucha, a los elementos revolucionarios de la Internacional, ¡todavía por construir!

En Alemania la situación era caótica, la monarquía constitucionalista dirigida por Guillermo II, un poder en manos de la aristocracia feudal remanente tambaleaba ante la crisis; las contradicciones entre las clases dominantes se acentuaban y la burguesía alemana aprovechaba la brecha abierta para convertir Alemania en una república burguesa común, quería beneficiarse de la inevitable derrota de la monarquía y la revuelta popular para imponer su mejor forma de Estado. En los frentes de guerra ya para el año 1917 la situación también era crítica y desde el Este en el imperio ruso, llegaban las noticias de la Revolución de Febrero. Es en ese mismo mes que el espartaquista Fritz Heckert declaró: “el proletariado alemán debe sacar las lecciones de la revolución rusa y tomar en sus manos su propio destino”.

En octubre de 1917 ocurrió la Revolución Bolchevique; la influencia de aquel suceso creció no solo dentro de las masas alemanas sino también en grandes destacamentos de la infantería y la marina. A la par que los elementos revolucionarios de las fracciones del PSA trabajaban para acercar una futura huelga general y una posible insurrección en Alemania y derrocar a la monarquía, los oportunistas no desfallecían en sus intentos por desvirtuar la lucha y confundir a las masas. Los oportunistas acusaban a los revolucionarios de un “gusto romántico por la revolución bolchevique”, negando de plano el camino de la huelga de masas y la insurrección armada; Carlos Kautsky se sumó a estas medias tintas desde sus escritos en el Vorwärts, sembrando confusión y dudas sobre el rumbo de la revolución.

Como un último esfuerzo, la monarquía alemana lanzó el 18 de febrero de 1918 una ofensiva sobre el frente del Este, y sus rápidos éxitos en territorio ruso permitieron a los generales asegurar el abastecimiento de las tropas con el trigo de Ucrania. En el Oeste, la ofensiva comenzó el 21 de marzo. Entre ese mes y noviembre, la guerra le costó a Alemania 192.447 muertos, 421.340 desaparecidos y prisioneros, 860.287 heridos y 300.000 muertos civiles, cifras que superaban las de 1917, al tiempo que la tasa de mortalidad infantil se duplicó con respecto a la del año anterior. Pero, aquellos relativos resultados fueron desechos cuando en el frente occidental el ejército alemán se batió en retirada el 18 de julio ante la embestida del ejército Francés con tanques de guerra a gran escala. Los altos mandos militares alemanes iban llegando a la conclusión de que ya era hora de ponerle fin a la guerra. En agosto, Alemania llegó al borde del colapso militar y económico.

El inicio del año 1918 también fue de duras tareas para los comunistas alemanes. Durante la primera quincena de enero, la Liga Espartaquista difundió una octavilla llamando a la huelga general. El partido centrista PSIA se dividió entre partidarios y contrarios a su convocatoria. El círculo de delegados revolucionarios se reafirmó en la necesidad de su convocatoria y la propagó con gran acogida en las fábricas, mientras Espartaco hacía circular una octavilla informando sobre la ola de huelgas en Austria y Hungría, donde se reclamaba: “¡lunes 28, huelga general!”. Ese día por la mañana, 400.000 obreros de Berlín se declararon en huelga. Y al mediodía, 414 delegados aprobaron provisionalmente un programa de siete puntos, tal como fue diseñado en Brest-Litovsk por la delegación Soviética, según los siguientes puntos: 1) paz sin anexiones ni indemnizaciones, sobre la base del derecho de los pueblos a disponer de ellos mismos; 2) representación de los trabajadores en las conversaciones de paz; 3) mejora del reavituallamiento y derogación del estado de sitio; 4) restablecimiento de la libertad de expresión y de reunión; 5) leyes que protejan el trabajo de mujeres y de niños; 6) desmilitarización de las empresas; 7) liberación de los detenidos políticos y democratización del Estado a todos los niveles, comenzando por la concesión del sufragio universal prusiano.

Aquel llamamiento también fue dirigido al ala oportunista PSIA, asistiendo al encuentro delegados abiertamente declarados oportunistas como del ala más radical, de parte de los minoritarios, el ala más radical, acudieron 3 delegados, por los mayoritarios, el ala abiertamente oportunista, asistieron Friedrich Ebert, Philipp Scheidemann y Otto Braun. Ebert pidió la palabra para declarar inaceptables algunas de las reivindicaciones que habían sido adoptadas. Proposición que fue rechazada por mayoría, a raíz de lo cual los tres representantes del PSIA mayoritarios abandonaron el lugar.

Durante la noche del 30 al 31 de enero, la comandancia militar hizo colocar grandes carteles rojos anunciando el refuerzo del estado de sitio y el establecimiento de cortes marciales extraordinarias. Ese día, 5.000 suboficiales fueron llamados a reforzar la policía de la capital. Por la mañana estallaron los primeros incidentes entre obreros huelguistas y tranviarios no huelguistas. Se respiraba un aire de guerra civil. Los tranvías fueron saboteados y se produjeron las primeras detenciones. En el mitin del Parque Treptow y a pesar de la prohibición militar, Ebert tomó la palabra y pronunció la siguiente arenga reaccionaria: “Es un deber de los trabajadores sostener a sus hermanos y padres del frente y forjarles las mejores armas (…) como lo hacen los trabajadores ingleses y franceses durante sus horas de trabajo. (…) La victoria es el deseo más querido de todos los Alemanes”. (Ver La revolución alemana 1918-1919). De inmediato fue abucheado, tratado de “amarillo” y de “traidor” por la multitud, a la tribuna subieron otros dirigentes que sí fueron consecuentes con los objetivos de la revolución, entre ellos Dittman, quien fue acusado de subversivo y condenado a cinco años de prisión. Ebert se ratificó solidario con los huelguistas, pero no en su acción sino sólo en sus reivindicaciones sindicales, motivo por el cual la reacción no lo detuvo. El día 3 el gobierno anunció que militarizaría las fábricas si los asalariados no reanudaban su trabajo al día siguiente, mientras los diputados mayoritarios del PSIA en el comité de acción, insistían sobre la necesidad de abandonar la huelga: “Los peligros —decían— son inmensos para los obreros, ya que las autoridades militares se preparan para la represión; la peor política es proseguir la huelga”. (Ver obra citada). Maniobraban por todos los medios para desmovilizar a las masas.

El 7 de octubre se celebró en Berlín una conferencia del grupo Spartakus, en la que participaron los delegados comunistas de Bremen. Se analizó allí la situación de Alemania caracterizándola como revolucionaria. Y después de poner a consideración todos los problemas que la burguesía alemana fue incapaz de resolver en la revolución de 1848, se presentó un programa que abarcó varios puntos como lo eran: la anulación de todas las deudas de guerra; la incautación de la banca, minas y fábricas; la reducción del tiempo de trabajo; el aumento de los salarios bajos; la incautación de las propiedades rurales, grandes y medianas; la amnistía para todos los adversarios a la guerra, civiles y militares; los militares tendrían derecho de organización y reunión; la abolición del código militar y su reemplazo por la función disciplinaria a cargo de delegados elegidos por los soldados; la entrega de los medios de abastecimiento a los delegados de los trabajadores; la destitución de las dinastías reales y principescas, entre otros. Para la realización de este programa, se convocó a crear “consejos de obreros y soldados allí donde aún no existan”, para cuya dirección se ofrecieron los más destacados revolucionarios.

El 26 de octubre, el núcleo directivo de las bases obreras que decidieron erigirse en Consejo Obrero Provisional de Berlín, contaba con tres espartaquistas: Liebnekcht, Wilhelm Pieck y Ernst Meyer. El dirigente Carlos Liebnekcht había sido liberado por la presión de las masas contra el estado de excepción, había figurado como prisionero político y había estado encarcelado desde 1916. Tras su liberación Carlos Liebnekcht de inmediato se incorporó al movimiento haciendo parte de su dirección y comenzó a hacer parte de las discusiones candentes del momento.

Una parte de los dirigentes tenían una perspectiva pasiva de los acontecimientos, alegando que era imposible una Huelga General, de otra parte había quienes alegaban que era necesario pasar inmediatamente a la insurrección. Por su parte Carlos Liebnekcht tras haber conversado este problema con los bolcheviques desacuerda con uno y con otro. Rechaza categóricamente cualquier propuesta tendente a desencadenar la insurrección armada sin preparación ni certeza acerca de cuál era la real predisposición de las masas.

En noviembre de 1918 estalló la revolución en Alemania. En Hamburgo, el 5 la policía prusiana descubrió abundante material de propaganda en la valija diplomática Soviética y el gobierno monárquico dio seis horas a los representantes de la embajada de ese país en Berlín para abandonar el territorio alemán. La revolución se propagó rápidamente por todo el país. Ese día, tras la revuelta en Kiel, estalló en Hamburgo una Huelga General, en cuyo puerto la multitud se apoderó de los barcos de guerra, de los sindicatos, de la estación central del ferrocarril y del regimiento principal, donde los huelguistas se armaron. Durante la noche, cien hombres entraron en la sede de los sindicatos y llamaron a una manifestación central para el mediodía siguiente. En la mañana del día 6, algunos militantes planificaron la acción y un Consejo Obrero Provisional se constituyó en la sede de los sindicatos. A la hora prevista, se reunieron más de cuarenta mil manifestantes. Un dirigente independiente hizo aclamar la toma del poder político por el Consejo de Obreros y Soldados. El radical de izquierda Fritz Wolffheim propuso aprobar la consigna de la República de los Consejos. Por la tarde se formó el Consejo de Obreros y Soldados presidido por Heinrich Laufenberg. Durante este tiempo, Paul Frölich, a la cabeza de un grupo de marinos armados, había ocupado los locales y la imprenta del periódico Hamburger Echo, donde se imprimió el primer número del periódico del Consejo de Obreros y Soldados de Hamburgo llamado Die Rote Fahne que proclamó: ¡Es el principio de la revolución alemana, de la revolución mundial! ¡Salud a la más poderosa acción de la revolución mundial! ¡Viva el Socialismo! ¡Viva la República alemana de los trabajadores! ¡Viva el bolchevismo mundial! (Ver La revolución alemana 1918-1919).

En Baviera, el movimiento de los marinos fue creado por un grupo de revolucionarios actuando en las filas del partido independiente. Kurt Eisner, hijo de un acomodado hombre de negocios organizó en Múnich un círculo de discusión en el que participaron unos cien obreros e intelectuales, que sumaron los primeros cuatrocientos afiliados al centrista partido “independiente” PSIA de Baviera, quienes ejercieron una influencia determinante entre los trabajadores de la fábrica Krupp y de otras empresas, forjando estrechos vínculos con el ala socialista de la Liga Campesina dirigida por el ciego Ludwig Gandorfer. Apoyando sistemáticamente la aspiración de las masas por acabar con la guerra, Eisner contribuyó sin duda a preparar la revolución burguesa en Baviera. El siete de noviembre, encabezó en las calles de Múnich una manifestación por la paz, durante la cual se decidió la Huelga General y el asalto a los cuarteles, que provocó la huida del Monarca y la proclamación de Eisner ese mismo día como presidente del Consejo de Obreros y Soldados de la República Bávara.

Hasta ese momento en Alemania existía una situación revolucionaria, donde la lucha por el poder se balanceaba entre dos fuerzas: los Consejos de Obreros y Soldados —no consolidados aún— y las elecciones parlamentarias orquestadas por la burguesía y los oportunistas. La ausencia de un único partido revolucionario con influencia de masas y que hubiera roto todo vínculo con los oportunistas pesó mucho para inclinar la balanza a favor del bando burgués. Contra la revolución conspiraba el reaccionario Partido Socialdemócrata Alemán, con el que ni Rosa Luxemburgo, ni Liebknetch, ni tantos otros como Ledebourg y Haase, decidieron romper a tiempo y combatirle abiertamente, “olvidando” este importante asunto enseñado por los bolcheviques en Rusia al respecto. Los oportunistas unidos en un mismo partido con los elementos revolucionarios lograron confundir a las masas para que soltaran el poder en sus manos, sujetos como el revisionista Stampfer, del Vorwärts, pudiera decir que los obreros y los soldados no debían conservar el poder conquistado desde los Consejos, argumentando que solo representaban a una parte de la población alemana, el proletariado. Así lo inyectó en la opinión pública el día 13 de noviembre, haciéndose pasar como un consejista: “Hemos vencido, pero no lo hemos hecho para nosotros solos. ¡Hemos vencido para el pueblo entero! Por eso nuestra consigna no es: ‘¡todo el poder a los soviets!’, sino: ¡Todo el poder al pueblo entero!” (Obra citada).

Los centristas bávaros del PSIA procedieron, pues, según los intereses del PSA, es decir, de la burguesía, al contrario de lo que había sucedido en Rusia un año antes, donde los revolucionarios bolcheviques tuvieron este fundamental y decisivo detalle muy en cuenta: no entregar el poder en manos de las masas trabajadoras a la burguesía. Los oportunistas fueron los defensores de esperar las elecciones para depositar el poder en manos del ganador, y fue así como el 10 de enero el mismo Eisner (presidente del Consejo de Obreros y Soldados de la República Bávara) ordenó la detención de los partidarios del boicot a esos comicios del 12 de enero, boicot promovido por los espartaquistas y revolucionarios. Los oportunistas obtuvieron un risible resultado de 2,5% de los votos y por tal motivo fueron derrotados.

Que el movimiento no haya tenido una dirección centralizada jugó a favor de la burguesía quien aprovechó el tiempo y las elecciones para fortalecer y recuperar su poder. La burguesía organizó sus fuerzas armadas paramilitares o Freikorps, aplastando a su paso a los grupos de obreros y marinos amotinados. Las elecciones dieron el último empuje para que la reacción se pusiera completamente de pie y aplastara la revolución. El 15 de enero la reacción ya había destruido casi todos los grupos Espartaquistas sublevados, también fueron detenidos los miembros del PSIA, el mismo Eisner fue ejecutado tres meses después de su captura. Rosa Luxemburgo y Carlos Liebknetch fueron brutalmente asesinados y lanzados desde un puente a un canal por los Freikorps. Posteriormente se demostró que en su asesinato participaron activamente los miembros más abiertamente oportunistas del PSA, pues según se documentó, un capitán del cuerpo Freikorps, Pabst, declaró mucho después que ellos “tenían pleno apoyo de Noske”, quien fuera miembro del gobierno socialdemócrata y comisionado del pueblo encargado de los asuntos militares. La dirigencia socialdemócrata empotrada en el gobierno no solo había hecho un acuerdo con los Freikorps para reprimir la insurrección liderada por los espartaquistas, sino para asesinar a sus dirigentes; para más información ver El asesinato de Rosa Luxemburgo y Carlos Liebknecht crimen de la socialdemocracia.

Rosa Luxemburgo y Carlos Liebknetch para la posteridad


Sobre estos insignes dirigentes, los oportunistas reiteradas veces han osado posar sus pezuñas para desvirtuar los hechos y agrandar su acerbo ideológico en su intento por confundir a las masas; lo que ha obligado a los auténticos comunistas a empuñar la pluma para defender su legado.

 

Lenin Sobre Rosa Luxemburgo

A ese respecto de manosear a los dirigentes comunistas alemanes por parte del oportunismo, Lenin escribió a finales de febrero de 1922 un interesante artículo titulado Notas de un periodista, donde pone en su justo lugar la memorable figura de Rosa Luxemburgo:

“Paul Levi ahora quiere hacer buenas migas con la burguesía, y, en consecuencia, con sus agentes —la Segunda Internacional y la Internacional Dos y Media— mediante la publicación de los escritos de Rosa Luxemburgo en los que ella estaba equivocada. Responderemos a esto citando dos líneas de una vieja fábula rusa: ‘Las águilas a veces vuelan más bajo que las gallinas, pero las gallinas jamás podrán volar tan alto como las águilas’. Rosa Luxemburgo se equivocó con respecto a la independencia de Polonia; se equivocó en 1903 en su valoración del menchevismo; estaba equivocada en la teoría de la acumulación de capital; se equivocó en julio de 1914, cuando, junto con Plejanov, Vandervelde, Kautsky y otros, defendió la unidad entre los bolcheviques y los mencheviques; se equivocó en lo que escribió en la cárcel en 1918 (corrigió la mayoría de estos errores a fines de 1918 y principios de 1919 después de ser liberada). Pero a pesar de sus errores, ella era, y sigue siendo para nosotros, un águila. Y no solo los comunistas de todo el mundo guardarán su memoria, sino también su biografía y sus trabajos completos (cuya publicación los comunistas alemanes están demorando excesivamente, lo que solo puede ser excusado en parte por las tremendas pérdidas que están sufriendo en su dura lucha) servirán como manuales útiles para entrenar a muchas generaciones de comunistas en todo el mundo. ‘Desde el 4 de agosto de 1914, la socialdemocracia alemana es un cadáver putrefacto’: esta declaración hará que el nombre de Rosa Luxemburgo sea famoso en la historia del movimiento de la clase obrera internacional. Y, por supuesto, en el patio trasero de los trabajadores, entre los montones de estiércol, gallinas como Paul Levi, Scheidemann, Kautsky y toda esa fraternidad se burlarán de los errores cometidos por la gran comunista. A cada uno lo suyo”. (La traducción es de Revolución Obrera).

 

Trotsky osa manosear la figura de Rosa Luxemburgo

En la década de los treinta, el trotskismo ya se había convertido en un arma para combatir el leninismo en la URSS, por tal motivo Trotsky cimentó su ecléctica teoría de la revolución permanente en una idea errónea de Rosa Luxembugo y Parvus en 1903. Frente a la sucia maniobra de Trotsky, Stalin escribe Sobre algunas cuestiones de la historia del bolchevismo en 1931, recordando la enseñanza de Lenin y denunciando el papel oportunista del trotskismo. Trotsky buscó crear una gran muralla entre Lenin y Stalin artificialmente, pero falló en su intento por “demostrar” que Stalin odiaba a Rosa Luxemburgo mediante sofismas y engaños.

A finales de la década del 30 se realizaron en Moscú los juicios donde se demostró que los oportunistas al interior de la URSS y los trotskistas no solo se habían convertido en un grupo anti-soviético y anti-leninista sino en un grupo de saboteadores, asesinos, espías y conspiradores al servicio de los nazis y de los fascistas japoneses como se puede ver en Evidencia de la colaboración de León Trotsky con Alemania y el Japón.

Rosa Luxemburgo y Carlos Liebknetch en la actualidad


Además de su inquebrantable actitud internacionalista frente a la guerra imperialista, de su vida entregada al intenso trabajo en las filas de la clase obrera para contribuir a su emancipación, del valor para autocriticarse de los errores y corregir en la práctica, existe un asunto de la táctica de los comunistas hoy en discusión en el seno de los comunistas, la cuestión de las Huelgas Políticas de Masas y frente a la cual, tanto Rosa Luxemburgo como Carlos Liebknetch contribuyeron en su esclarecimiento.

Hoy no solo Colombia sino todo el mundo se ve sacudido por una serie de luchas, huelgas y bloqueos de las masas sublevadas. Gran popularidad ha adquirido el movimiento de los “Chalecos Amarillos” en Francia demostrando la enorme fuerza de las masas trabajadoras de las ciudades, así como pusieron de relieve una forma de lucha descubierta por los proletarios a inicios del siglo XX en Rusia, durante la revolución de 1905 y que recibió en el movimiento obrero la denominación de Huelga Política de Masas. Una forma de lucha que a pesar de los hechos testarudos de la realidad es negada o desconocida por algunos comunistas en la actualidad, quienes en su ceguera metafísica la tildan de economista, reformista y no solo opuesta a la guerra popular, sino además la consideran, junto con la insurrección armada, como una posición oportunista.

Aquí es bueno resaltar cómo Rosa Luxemburgo y Carlos Liebknetch escribieron interesantes notas al respecto y popularizaron aquella forma de lucha, haciéndola consciente dentro del partido y las masas alemanas. Son textos que vale la pena desempolvar y leer a la luz de los acontecimientos actuales. Ellos son Huelga de Masas, Partido y Sindicatos de Rosa Luxemburgo y En favor de la Huelga Política de Masas – Huelga de Masas: ¡el Método de lucha Específicamente proletario! de Carlos Liebknetch.

Que en el centenario del asesinato de estos gigantes del movimiento obrero alemán y mundial, los proletarios revolucionarios en Colombia, al rendir el sentido y merecido homenaje a su memoria, rescaten su legado a la causa de la Revolución Proletaria Mundial separándose de los revisionistas mamertos y trotskistas.

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