El 2018: un Año de Agudas Contradicciones y Rebeldía Popular
En Colombia, el año que finaliza fue convulsionado por las contradicciones agudizadas por la crisis económica del capitalismo mundial, en las condiciones de un país oprimido: endurecimiento del régimen de gobierno, obligado por la necesidad de imponer los planes antiobreros y antipopulares orientados por los imperialistas para mantener la ganancia de los grandes capitalistas y monopolios; ruina de los pequeños propietarios expropiados y estrangulados por el capital financiero y aumento de la superexplotación de los proletarios con salarios miserables, tercerización laboral y despidos masivos; recrudecimiento de la guerra contra el pueblo dejando al desnudo la falsa paz firmada por el anterior Gobierno con los jefes de las Farc y una cadena de dirigentes, activistas y desmovilizados asesinados, además de nuevos desplazamientos y enfrentamientos por la renta extraordinaria de la tierra en la producción de coca y la minería, así como por la disputa de las tierras despojadas. Todo ello agrava la crisis social, agudizada por la migración masiva, principalmente de los hermanos venezolanos huyendo del fracasado “socialismo del siglo XXI”. La crisis económica y social y las medidas de las clases dominantes, atizan los antagonismos y exacerban la lucha de clases.
Lo acontecido en el 2018 corresponde a la previsión de la Unión Obrera Comunista (mlm), cuya XI Asamblea realizada en agosto de 2017 advirtió la continuidad de la crisis económica, base material de la agitada situación política del país, tanto de la lucha permanente, reacomodos y actuaciones contradictorias al interior de las clases dominantes socias y lacayas de los imperialistas, como de la grave crisis social y la consiguiente agudización de la lucha de clases en la sociedad colombiana.
La crisis social ya propia de las relaciones sociales de producción basadas en la explotación del trabajo asalariado, se ha ampliado y profundizado por la crisis económica del capitalismo mundial y por el factor extra-económico de la guerra reaccionaria contra el pueblo, donde la contradicción principal de la sociedad entre el proletariado y la burguesía, es la que primordialmente caracteriza la crisis social, puesto que el proletariado es la clase que peor sufre la superexplotación, la que más asimila a los desplazados y la que representa a la mayoría de la población trabajadora.
De ahí que la crisis económica y la guerra contra el pueblo han insertado en la crisis social consecuencias de carácter permanente y cada vez más graves, con leyes y reformas anti-obreras y anti-populares que rebajan los salarios e incrementan los impuestos a los pobres, al tiempo que se los exoneran a los ricos como descaradamente lo hizo la reciente Ley de Financiamiento de Duque. Generalización de los despidos colectivos al amparo de la “tercerización” y “temporalidad” como principales formas de contrato laboral. Continúa el desplazamiento de los pobres del campo forzado por la guerra reaccionaria, a pesar de la cháchara sobre la paz y el “post-conflicto”. Es dramática la ruina de los pequeños y medianos propietarios en la ciudad y el campo, confinados por la guerra y estrangulados por el capital financiero.
A las consecuencias sociales de la crisis económica y de la guerra reaccionaria, se suma la inmigración proveniente sobre todo de Venezuela que incrementa la competencia por el trabajo, conllevando no solo a la disminución del salario y al aumento del desempleo, sino a estimular los odios nacionales entre los trabajadores, todo lo cual ensancha las lacras sociales del capitalismo en el país, con un creciente número de desempleados y sub-empleados, donde los trabajadores de las ventas ambulantes y del reciclaje son víctimas de las leyes y la represión que solo protegen los privilegios y beneficios de los grandes empresarios, crecimiento en todas las ciudades de la prostitución, micro-tráfico, drogadicción, tráfico de humanos, órganos, armas y sicotrópicos, y de la delincuencia.
Igualmente, los comunistas advirtieron que con la firma del “acuerdo de paz” del Gobierno de Santos con los jefes guerrilleros, terminaba la participación armada de las FARC en la guerra reaccionaria, pero no significaba el fin de la guerra contra el pueblo. Los hechos se han encargado de demostrarlo, puesto que la disputa económica por la renta extraordinaria en las tierras despojadas, sigue siendo la base del enfrentamiento político entre las facciones de las clases dominantes, no solo en el marco de sus instituciones estatales sino principalmente a través de las fuerzas armadas estatales y paraestatales —llámense autodefensas, bandas criminales, clanes, grupos anti-restitución o simplemente escuadrones armados de los capos burgueses y terratenientes que ejercen poder en grandes territorios despojados— escuadrones de los cuales tampoco se pueden excluir remanentes mercenarios de las guerrillas que continúan en el rentable negocio de la guerra reaccionaria.
Estas condiciones —como también fue advertido por los comunistas— hacían prever que el nuevo Gobierno no podía ser dejado en manos de los reformistas, pues las clases dominantes necesitaban apelar nuevamente a un régimen abierto de mano dura que le permitiera llevar a cabo su plan, condensado por los gremios en la Agenda Empresarial 2018-2022 en concordancia con las orientaciones del FMI, el Banco Mundial y la OCDE; además, un Gobierno como el de Duque, representante de la facción más abiertamente mafiosa y de los sectores más cavernarios de las clases dominantes pro-imperialistas, es más coherente con la tendencia general del imperialismo a la reacción política en toda la línea y corresponde a los intereses belicistas reaccionarios del ingreso de Colombia a la OTAN y la posible intervención militar en Venezuela.
Así, en los pocos meses que lleva el Gobierno de Duque se ha encargado de exacerbar las contradicciones no solo en el seno de las clases dominantes sino además y, especialmente, ha ocasionado el repudio general del pueblo y despertado la rebeldía por doquier. Las manifestaciones, protestas, paros, bloqueos y asonadas no pudieron ser apaciguados por la farsa electoral, ni silenciados por los medios, ni aplastados por la bota militar. Obreros, campesinos, indígenas, desplazados, vendedores ambulantes, recicladores, pobladores, usuarios de la salud y del transporte, y hasta la juventud estudiantil de las universidades en los últimos meses, hicieron sentir su indignación y rebeldía en una lucha constante pero todavía aislada y dispersa.
No era para menos tal indignación, a los horrores del asesinato sistemático de dirigentes, activistas y guerrilleros desmovilizados, se suma el infierno de la explotación y la incertidumbre de los millones de trabajadores, a la cual se agregan los escándalos diarios de la corrupción que pone al descubierto la podredumbre de las instituciones burguesas en todos los órdenes, el despilfarro y la vida libertina de un puñado de parásitos en contraste con las penurias del pueblo laborioso. El orden burgués se hace cada día más insoportable, despertando a la vez las fuerzas que habrán de darle sepultura.
Sin embargo, frente a la debilidad de las clases dominantes y el Gobierno, acuden como salvavidas los jefes de los partidos reformistas de la hoy llamada “bancada de la oposición”, esa amalgama de tendencias liberales, socialdemócratas y oportunistas que van desde los verdes, pasan por los multicolores, los de la rosa y los amarillos, hasta llegar a los rojos desteñidos del falso Partido Comunista (mamerto), el Moir y otros movimientos avalados por sus congéneres, falsos marxistas leninistas y renegados marxistas leninistas maoístas.
En efecto, al asesinato sistemático, a la continuación de la guerra reaccionaria, a la corrupción, a las reformas antiobreras… esa amalgama de “opositores” al gobierno se encarga de dejar la constancia respectiva, después de sus acalorados y elocuentes pero inútiles discursos en el establo parlamentario, o de las declaraciones de rigor en los medios. Honrados e inocentes algunos, todos contribuyen a darle la apariencia democrática que necesita la brutal y sanguinaria dictadura de los grandes capitalistas y el imperialismo. Otros llegan al colmo de congraciarse con los asesinos del pueblo y se comprometen incluso a protegerlos: “será en esta izquierda, donde la derecha encontrará protección”, le dijo Gustavo Petro al jefe paramilitar Uribe Vélez.
Otro tanto hacen los jefes vendeobreros de las centrales sindicales cuyo papel es acudir como bomberos de la lucha de clases, a apagar los estallidos de rebeldía o a desviarlos hacia las mesas de concertación con los enemigos.
Ambos, tanto los jefes de los partidos reformistas, como los jefes de las centrales sindicales desvían el carácter de la lucha revolucionaria de las masas por el camino de las peticiones respetuosas al Estado y al Gobierno, utilizan la movilización de los desposeídos e indignados para respaldar los alegatos inservibles de sus politiqueros en el Congreso y siembran ilusiones entre el pueblo trabajador de que su terrible situación puede cambiarse si elige a los “buenos” en la próxima farsa electoral.
El proletariado revolucionario, huérfano aún de su partido, si bien encuentra en las condiciones objetivas una magnífica situación para empujar las fuerzas desatadas por la crisis de los enemigos, se halla impotente y disperso para encausar la lucha de los explotados y oprimidos en la dirección correcta y en la tendencia del movimiento hacia un gran enfrentamiento del pueblo contra sus centenarios enemigos representados en el Estado y hacia la revolución política y social.
La clase obrera, carente de su propio Partido político independiente, es campo de disputa entre sus falsos amigos —quienes pretenden arrastrarla por el camino de la politiquería para que todo siga igual— y sus auténticos representantes —que buscan elevar su conciencia para cambiarlo todo de raíz. Por eso el año terminó con la amenaza y desmonte de un Paro Nacional a cuenta del Comando Nacional Unitario (los jefes de las centrales sindicales) y otros movimientos políticos y sociales que por ahora lograron maniobrar para aplazar el combate, pero no podrán evitarlo.
En el año 2018, el Bicentenario del nacimiento de Carlos Marx fue celebrado con júbilo por los proletarios revolucionarios, reafirmando la vigencia de sus concepciones que muestran la certidumbre de la marcha ineluctable de la sociedad: el capitalismo no tiene salvación y debe ser reemplazado por un nuevo orden social; la dictadura de los capitalistas debe dar paso a la dictadura del proletariado.
Las cosas pintan bien para el año que comienza porque, al igual que en los demás países, los grandes problemas de la sociedad colombiana seguirán agudizándose, y en los ahora pequeños destacamentos del proletariado de avanzada se encuentra la esperanza, no solo para hacer retroceder a las clases reaccionarias, sino para construir, en medio de la lucha por la unidad internacional de los comunistas y como parte de ésta, el Partido Comunista Revolucionario imprescindible para unir las luchas presentes con la lucha por el Poder del Estado y la Revolución Socialista.
La táctica revolucionaria de los comunistas, a pesar de su debilidad relativa en el momento, encuentra en las contradicciones antagónicas de la sociedad colombiana el motor y fuente de la fuerza social que las habrá de resolver por medio de la revolución socialista, hacia la cual objetivamente se dirige la aguda lucha de clases actual, cuya tendencia principal es el ascenso del movimiento espontaneo de masas en huelgas políticas, principal forma de lucha política del pueblo, amplia, abierta y si bien todavía desarmada, exige nuevas formas de organización independientes tanto de los enemigos como de los falsos amigos del pueblo.
Igualmente, la situación objetiva brinda muy buenas condiciones para aislar la influencia reformista y oportunista en la dirección del movimiento de masas y para cumplir con la tarea central de los comunistas en el presente periodo como es construir el Partido político del proletariado, indispensable para ligar la lucha de masas actual con la necesidad de la guerra popular, una guerra distinta y diametralmente opuesta a la guerra reaccionaria, por ser la guerra justa de los obreros y campesinos que mediante una insurrección derrocará el poder político de los capitalistas e instaurará un nuevo poder político de los trabajadores para barrer por siempre las profundas causas de la explotación, de la desigualdad y de la división de la sociedad en clases antagónicas.
Comité de Dirección – Unión Obrera Comunista (mlm)
Diciembre 30 de 2018
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