A Propósito de las Rebeliones Populares de Estos Días
La crisis económica del capitalismo mundial lleva consigo la agudización de la crisis social y la exacerbación de la lucha de clases en todos los países, haciendo aparecer nuevas formas de organización y de lucha, nuevas formas de defensa y ataque que van desde la generalización de las protestas, las masivas y beligerantes movilizaciones, las huelgas políticas de masas y los levantamientos violentos de las masas, como se ha podido observar en los últimos meses en el sostenido movimiento de los “Chalecos Amarillos” en Francia, en las multitudinarias movilizaciones en Hong Kong contra la opresión de los imperialistas chinos, en los levantamientos de masas en Irak, Líbano, Haití, Ecuador y Chile por solo mencionar algunos de los casos más recientes.
Fenómenos que los comunistas siguen con atención y de los cuales deben extraer las lecciones para que el proletariado pueda cumplir su misión en los nuevos combates que se avecinan, pues no se trata, como afirman los secuaces de uno u otro imperialismo, de conspiraciones de sus adversarios para derrocarlos o desestabilizarlos como sostiene Duque, el títere presidente colombiano, sino de la profunda crisis social que enfrenta en general a los trabajadores de todos los países contra sus comunes enemigos burgueses, terratenientes e imperialistas.
No son casos aislados y aunque se desarrollen en los distintos países sin coordinación alguna, los levantamientos tienen de común que obedecen a la terrible situación económica de las masas trabajadoras, sobre todo de los obreros; la motivación de fondo de la rebelión y de la lucha contra los gobernantes se encuentra en los padecimientos a que son sometidos, no solo los obreros con el aumento de la intensidad del trabajo y la extensión de la jornada, sino mediante la imposición de medidas reaccionarias como el aumento de las cargas tributarias y el encarecimiento de la vida, las reformas antiobreras y antipopulares que recortan servicios sociales y conquistas históricas, mientras se alivian las cargas tributarias a los capitalistas y crecen asombrosamente las ganancias y riquezas de las grandes empresas monopolistas, principalmente las del capital imperialista. Estas no son mentiras inventadas por conspiradores chavistas como ha declarado el baboso gobernante colombiano ocultando descaradamente las órdenes de la OCDE, del FMI y de los gremios empresariales que le impusieron su plan de gobierno: una Agenda Empresarial con terribles reformas contra los trabajadores y el pueblo en general. La causa económica de la rebelión de las masas en distintos países y del mismo Paro Nacional del 21 de noviembre en Colombia, es la creciente crisis económica del capitalismo mundial cuyo peso cargan los trabajadores y pueblos del mundo.
La respuesta de los distintos gobernantes y las clases dominantes ante la rebeldía de las masas también ha sido la misma en todas partes: rápidamente han acudido a las armas contra el pueblo, a la represión violenta de huelguistas y manifestantes, mostrando en los hechos que su democracia es en realidad una brutal dictadura de clase sustentada en las fuerzas armadas del Estado. Dictadura que debe ser destruida para darle paso a la democracia directa de los obreros y campesinos armados.
Sin embargo, los asesinatos, detenciones, gases, balas y garrotazos no han detenido ni sometido la rebelión de los trabajadores y, por el contrario, han avivado más el odio de clase y la fuerza de la movilización de obreros, campesinos, indígenas, estudiantes, pobladores, en huelgas políticas que han obligado a los gobernantes a reversar sus hambreadoras medidas y en casos como los de Francia y Chile, a ofrecer otras reformas inmediatas para desmovilizar a las masas, lo cual tampoco les ha surtido efecto.
Las masas de obreros, campesinos, estudiantes y demás sectores populares han desplegado su iniciativa creadora, han derrochado un heroísmo sin límites, haciendo surgir nuevas formas de lucha donde se combinan la huelga política con la movilización y el enfrentamiento violento a las fuerzas represivas, y aunque en general todavía no se presentan acciones armadas ofensivas, sí se ha generalizado la violencia revolucionaria de las masas que va más allá de los incendios y los combates callejeros llegando a la lucha de barricadas como sucedió en Francia y Ecuador.
La rebelión de los trabajadores y los pueblos, en algunos casos han desembocado en verdaderas crisis políticas desestabilizando el orden burgués, dividiendo las clases dominantes, sus partidos y hasta sus fuerzas militares, como se vio en la actitud de sectores del ejército en Ecuador; así como hundido en el desprestigio a los partidos politiqueros reformistas y los históricos jefes traidores de las centrales sindicales, cuyo rechazo ha sido unánime como ejemplarmente lo hicieron los “Chalecos Amarillos” en Francia.
Toda esa energía revolucionaria ha desbordado la dirección de los distintos partidos políticos que no estaban preparados para los levantamientos de las masas; siendo en su mayoría sorprendidos y rebasados por los acontecimientos y, en el caso de los comunistas, impotentes para marchar al frente de las masas y encausar el movimiento hacia la solución definitiva de los problemas: la conquista del poder político por la vía de las armas.
Y es ahí donde está el quid del problema, por cuanto se necesita la dirección de los comunistas para no solamente hacer retroceder a las clases dominantes como ya lo han logrado en los distintos levantamientos, o establecer un “parlamento popular del pueblo”, como dijera un dirigente indígena en la Asamblea tomada brevemente por los rebeldes el 9 de octubre en Quito, o cercar el Palacio de la Moneda en Santiago pidiendo la cabeza de Sebastián Piñera, sino para establecer el gobierno popular, legislativo y ejecutivo al mismo tiempo, que no solo tumbe al tirano de turno , sino que barra con el viejo Estado de los explotadores.
Al no tener la iniciativa los comunistas, la salida que se impone espontáneamente es la solución negociada con algunos sectores como ocurrió en Ecuador, gracias al papel de la Iglesia y la ONU cuya mediación logró la concertación de Moreno con los dirigentes conciliadores de la Conaie; o la salida reformista de la democracia pequeñoburguesa y el oportunismo que no va más allá de proponer remiendos al viejo Estado para “cambiar el modelo”, bien sea con la convocatoria a nuevas elecciones como propuso Correa en Ecuador, o la convocatoria a una “constituyente popular” u otros engendros como los que se proponen ahora en Chile.
Les corresponde a los comunistas reconocer y aprehender el momento para poder marchar a la vanguardia y prepararse mejor para los levantamientos que se van a presentar en distintos países; lo cual implica reconocer las nuevas formas de organización y de lucha revolucionarias que están surgiendo, para hacerlas conscientes, educarlas y generalizarlas en la perspectiva del triunfo de la revolución. No se trata de un ejercicio intelectualista de “sistematizadores de gabinete” sino de atreverse a enlazar lo que las masas ya están haciendo por sí mismas, su poder destructor de todo lo viejo, con la conciencia del porvenir de su movimiento y la necesidad de crear y construir lo nuevo.
En ese sentido de reconocer los hechos, lo que se ha presentado especialmente en Francia, Ecuador y Chile, tiene nombre propio en el arsenal del movimiento obrero internacional:Huelgas Política de Masas. Que no corresponden al deseo subjetivo de los revolucionarios sino a la extrema agudización de la lucha de clases, al enfrentamiento de las dos clases fundamentales de la sociedad y obliga a la clase obrera y sus aliados a enfrentar cara a cara a sus enemigos representados en el Estado. Son Huelgas Políticas de Masas que han desencadenado en violentos levantamientos de las masas en la perspectiva de la insurrección por el poder, palabra que se ha vuelto popular en estos días. Si los alcances de tales rebeliones y levantamientos no han sido mayores es responsabilidad de los comunistas que no han estado a la altura de los acontecimientos: o por ceguera política para comprender la realidad o por debilidad para dirigir el movimiento.
La vida enseña y los acontecimientos están saldando las discusiones doctrinarias, los prejuicios y afirmaciones tendenciosas sobre el supuesto pacifismo y electorerismo de esas formas que adquiere el movimiento en las actuales condiciones de la lucha de clases, demostrando en todo su esplendor el carácter revolucionario de las huelgas políticas de masas y reafirmando la vigencia de la insurrección armada como una forma de la guerra popular.
Reconocer los hechos, la verdad objetiva, es la primera condición para poder encarar los desafíos que hoy le plantea la lucha de clases a los comunistas y superar sus propias deficiencias que le permitan a la clase obrera avanzar de la rebelión a la revolución y de la huelga política de masas a la insurrección armada. Los datos, los hechos están ahí y todos los comunistas están en la obligación de estudiarlos juiciosamente y volver a beber de la experiencia del movimiento obrero; hoy se hace urgente volver a estudiar seriamente el problema de la insurrección armada como un arte.
No se trata de un ejercicio libresco y dogmático sino de la necesidad de extractar sus leyes siempre vigentes para alumbrar el camino de la lucha y descubrir las formas necesarias ahora, hacerlas conscientes para los nuevos y más grandes combates que se avecinan y producirán nuevas crisis políticas con grandes posibilidades de triunfar, si los comunistas y el proletariado revolucionario se atreven a tomar la iniciativa.
Pero tomar la iniciativa en una situación revolucionaria exige audacia, audacia y más audacia como recomendaba Carlos Marx a los obreros insurrectos:
Audacia no solo para descubrir las nuevas formas embrionarias de Poder que están surgiendo, sino para hacerlas conscientes en las masas y generalizarlas.
Audacia para formular en unas cuantas consignas el Programa del nuevo Poder, por el cual las masas de obreros y campesinos habrán de dar la vida en los combates.
Audacia para neutralizar a las fuerzas y los jefes de los partidos vacilantes que buscarán siempre la salida burocrática constitucional ante la incertidumbre del desenlace de la crisis.
Audacia para organizar los destacamentos armados de obreros y campesinos apoyándose en las masas más firmes, dispuestas a lanzarse a vencer a los enemigos armados, defender el nuevo Poder y hacer cumplir sus mandatos.
Audacia para llegar a los cuarteles y neutralizar las tropas vacilantes conquistando parte de ellas para sumarlas en respaldo al embrión del nuevo Poder popular.
Audacia para establecer el Estado Mayor y abordar el problema de la insurrección como el arte que es, organizando el Plan para distribuir las fuerzas, organizar los destacamentos para copar los puntos más importantes y asestar los golpes decisivos, arrestar o fusilar los mandos de la fuerzas militares y los representantes del viejo Estado, etc., en el momento decisivo.
E incluso, audacia para contemplar un plan de retirada en caso de no alcanzar a sostener el nuevo Poder.
Los comunistas tienen no solo la responsabilidad sino la gran oportunidad histórica de marchar al frente de las masas para despejar el camino revolucionario, y su obligación como combatientes de vanguardia es hacer avanzar lo más posible las rebeliones que hoy hacen temblar gobiernos. Si los comunistas no captan el momento, si no aprenden las lecciones de los presentes combates, las crisis políticas que se seguirán presentando serán resueltas por arriba y se apagarán las poderosas chispas del gran incendio de la revolución que viene caminando.
Comité de Dirección – Unión Obrera Comunista (mlm)
Noviembre 13 de 2019
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