A Propósito de Cambiar



Transcribí el presente texto por considerarlo un documento demasiado importante; además, porque no se encuentra en internet. Fue elaborado por un campesino revolucionario durante la Gran Revolución Cultural Proletaria y deja ver varios aspectos de cómo era la lucha por la transformación ideológica en la China de la época.
Considero que es valiosísimo por los elementos que nos ofrece para mejorar como revolucionarios y personas, dejando ver que para transformarnos en algo positivo y no en algo negativo, es necesario que por medio de un acto consciente, empecemos a obrar de manera distinta, percatándonos de nuestros errores y corrigiéndolos para poder servir al pueblo de todo corazón.
A los camaradas les pido que lean el documento de forma detenida y empleen este conocimiento; en última instancia, es la aplicación del materialismo dialéctico de forma consciente a nuestras vidas diarias. Personalmente, después de haberlo leído varias veces y comprenderlo a cabalidad, me está ayudando a transformarme en un mejor comunista y en una mejor persona. Recordemos que el cambio y la lucha de contrarios es algo permanente, y que si no cambiamos para bien, cambiaremos para mal ya sea que nos demos cuenta de ello o no.
Camarada Lucas

A propósito de cambiar

Por Piao Hsiung- chu, Presidente del Comité Revolucionario de la brigada de producción Kienkuo del distrito de Tieli, provincia de Heilongkiang.
Ensayos filosóficos escogidos de obreros, campesinos y soldados. Pekín, 1972.

Hace algún tiempo era tan sólo un miembro más de la brigada de producción, encargado de conducir los carros de los bueyes. Durante la Gran Revolución Cultural Proletaria los campesinos pobres y semipobres me eligieron para ocupar los puestos de dirección que actualmente ocupo: Presidente del Comité Revolucionario de la brigada y miembro permanente del Comité Revolucionario del distrito. Con ello cambió mi situación, así como mis funciones y condiciones de trabajo. Pero, ¿Llegaron a cambiar también mis ideas? La práctica y el estudio del brillante pensamiento filosófico del Presidente Mao me han hecho comprender que todo evoluciona, que todo cambia, y que el pensamiento del hombre no constituye ninguna excepción. El cambio es absoluto y el no-cambio es relativo. Si no se cambia para bien, se cambia para mal; pero no cambiar es del todo imposible.

Al principio sólo poseía una comprensión extremadamente simple sobre la cuestión de “cambiar”. Me decía que si los campesinos pobres y semipobres me habían elegido como presidente del Comité Revolucionario de la brigada y miembro permanente del Comité Revolucionario del distrito era porque tenían confianza en mí, y que por tanto yo debía conservar firmemente el poder y ejercerlo en su provecho, sin cambiar en ningún caso. Igualmente me decía que yo había nacido para ser revolucionario, pues nací de una familia de campesinos pobres que sufrieron enormemente bajo la antigua sociedad por la que sienten un profundo odio. Mi madre hace muchísimo tiempo que es miembro del Partido. Por lo que a mí se refiere, se aceptó mi ingreso en el Partido a la edad de 18 años. Por decirlo de una manera, nací en una cuna de la revolución y seguí creciendo bajo la bandera roja. Y en especial, durante la Gran Revolución Cultural Proletaria, con el precioso librito rojo en la mano, seguí con los campesinos pobres y semipobres la línea revolucionaria del Presidente Mao, con lo que adquirí mayor temple. Ahora, además, me es posible educarme en el Pensamiento Mao Tse-Tung en cualquier parte, ya sea escuchando la radio, leyendo los periódicos, etc. Además, las responsabilidades que asumo en la brigada y en el distrito no me impiden continuar trabajando con los miembros de la brigada, y los asuntos del distrito me ocupan como máximo dos o tres meses al año. Por todo ello, si bien creía que debía poner el máximo de cuidado, no pensaba que corriera el riesgo de cambiar.

Sin embargo, en el mundo las cosas no son tan simples. Nuestro gran dirigente, el Presidente Mao nos enseña: “… Todo aspecto contradictorio se convierte, en determinadas ocasiones, en su contrario”. Esta es la mayor verdad que nunca oí, y algunas cosas que sucedieron después de que asumiera el trabajo de dirección me permitieron darme cuenta de ello. En la oficina de la brigada sólo hay una silla, y el resto son bancos. Anteriormente nadie se fijaba en quién se sentaba en la silla, pero con el tiempo tomé la costumbre de sentarme en ella, y en cuanto entraba en la habitación la silla me era reservada de oficio. En aquel momento me decía que tenía derecho a ocuparla, pues era el jefe de los 1800 habitantes de la brigada. Lo que era malo era que asociara mi situación de jefe a la silla. ¿No era acaso el inicio de un sentimiento de superioridad engendrado por el hecho de ser un cuadro? Pero hay otra cosa más: Al principio, cuando iba por negocios al distrito, los camaradas me llamaban “Pequeño Piao” y esto me gustaba mucho, pues sólo contaba con 23 años. Pero al ir apareciendo cada vez con mayor frecuencia, algunos empezaron a llamarme “Miembro del Comité” o “Dirigente”. Al principio me ruborizaba, pues estos nombres me hacían sentir incómodo, e incluso me chocaban. Pero a medida que fueron pasando los días me acostumbré a ellos y cuando los campesinos pobres y semipobres me llamaban amigablemente “Pequeño Piao”, no sólo no veía ya en ello una afectuosa familiaridad, sino que incluso llegó a molestarme.

Preferir la silla a los bancos y el nombre “Miembro del Comité” al del “Pequeño Piao” eran buenas pruebas de que efectivamente estaba empezando a cambiar. Con este imperceptible cambio me estaba alejando de hecho de las masas.

Pero hay algo más que para mí fue una gran lección. Un día estaba de servicio en el distrito cuando la brigada inició los trabajos hidráulicos. La tierra helada estaba tan dura que cada golpe de azadón sólo conseguía arañar un poco la tierra, y el trabajo avanzaba con una lentitud exasperante. ¡Qué bien podría ir todo esto si se utilizara dinamita!

Rápidamente me puse en contacto con los servicios adecuados, que me proveyeron de toda una carreta de dinamita y detonadores por valor de 1.500 yuans. Telefoneé inmediatamente a la brigada para que me enviaran al instante una carreta. Todavía no había amanecido cuando llegué a la brigada. Pero apenas empezábamos a descargar cuando el presidente de la asociación de campesinos pobres y semipobres se presentó y me dijo: “¡Deja todo esto como está! ¿Quién te dijo que compraras dinamita?” “Nadie” respondí. “¿Lo has discutido con alguien?”, prosiguió. “No, yo mismo tomé la decisión”, le respondí diciéndome para mis adentros que como presidente del Comité Revolucionario de la brigada tenía todo el derecho de decidir en asuntos de tan poca importancia. Todavía me hizo otra pregunta: “Tú has estado visitando Tatchai (una brigada de producción del distrito de Siyang, provincia de Chansi), que es considerada en nuestro país como modelo para la edificación de un campo nuevo, socialista, pues trabajan sin descanso siguiendo el principio de contar tan sólo con sus propias fuerzas. El Presidente Mao, en consecuencia, lanzó la siguiente llamada: “Que la agricultura tome ejemplo de la brigada de producción de Tatchai”, “¿Tú crees que esta brigada debe su reputación a la dinamita?” Hube de admitir que no. Entonces pronunció estas palabras cargadas de sentido: “Pequeño Piao, no nos duele el gasto de estos 1.500 yuans; lo que nos inquieta es que a fuerza de dinamita estás arriesgando que nuestra brigada pierda el espíritu de contar con sus propias fuerzas, el mismo espíritu que anima a la brigada de Tatchai, así como el trabajar sin descanso”.

Estas agudas críticas fueron para mí una gran lección, pero no podía escapar de la idea de que había sido humillado ante tanta gente. En el camino de regreso sumido en mis reflexiones, me acordé de la gran enseñanza del Presidente Mao: “¿Quién nos ha dado el Poder? La clase obrera, los campesinos pobres y semipobres, las masas trabajadoras que forman más del 90% de nuestra población”. En efecto, los campesinos pobres y semipobres me habían dado mi poder. Y sólo tenía realmente el poder cuando actuaba de acuerdo con el Pensamiento Mao Tse-Tung y con el deseo de los campesinos pobres y semipobres. ¡Mi primera reacción al ver que yo creía tener el derecho de decidir, que había sido humillado cuando había actuado contrariamente al deseo de los campesinos pobres y semipobres y al Pensamiento Mao Tse-Tung fue la de negar que lo que se demostraba con todo ello era que yo estaba “Cambiando”! Me acordé entonces de que al comienzo de mi subida al puesto de Presidente del Comité Revolucionario de la brigada, incluso cuando las masas querían comprar una ración adicional de arroz que sólo costaba 40 yuans, había consultado a mucha gente y lo había discutido muchísimas veces con los cuadros de la brigada y de los equipos de producción. Sin embargo, ahora que se trataba de una suma tan importante yo solo decidía y además creía haber sido humillado porque las masas me criticaban. ¿No probaba todo ello que yo había cambiado hasta el punto de separarme de las masas y que para mí dejaran de contar en absoluto? Si continuaba por ese camino solamente podía conducirme a mi propia pérdida.

El cambio que se produjo en mí, a continuación del cambio de mi situación, se manifestó particularmente en mis sentimientos, pero era ya un primer paso hacia un cambio en el terreno ideológico. Con respecto a ello, dos cosas me pusieron sobre alerta. Una vez, al entrar en la oficina de la brigada, vi al camarada Wang Hai que me esperaba, sentado como un buda, con los pies desnudos, sobre mi mesa de trabajo. Le increpé “¡Escucha, si quieres sentarte, todavía quedan asientos, además de modales!” El camarada Wang Hai prefirió irse. Su ida me hizo sentir incómodo y se inició una lucha en mi interior. Me decía que todos éramos miembros de una misma brigada de producción, de una misma sección de la milicia, que durante la Gran Revolución Cultural Proletaria habíamos combatido juntos, ¡Y ahora resultaba que les estaba exigiendo “Buenos modales”! Pero, después de todo, ¿“Qué tipo de buenos modales” deseaba? En otra ocasión, estaba empezando a comer después de regresar de una reunión del distrito cuando la abuela Yu del equipo N°1 vino a buscarme para decirme que su hijo estaba enfermo y me pidió que fuera a verle. No me molesté inmediatamente y unos momentos más tarde volvió a insistir. Me sentí avergonzado, hasta el punto de que el arroz parecía que en mi boca rechinaba como la arena, y me fue imposible tragar nada más. En seguida empecé a disponer de las cosas para hacer que su hijo se curara. Este caso me recuerda una cosa parecida que pasó en el invierno de 1966. Estaba igualmente comiendo una noche, al volver de los campos, cuando mi hermano me hizo saber que la abuela Suen estaba enferma. No esperé a terminar la comida para ir a buscar un médico y comprar medicinas. Y cuando todo terminó era casi medianoche, tenía los pies helados, pero me sentía feliz, es decir, como simple miembro de la brigada había manifestado una gran entrega hacia los campesinos pobres y semipobres, pero ahora que era Presidente del Comité Revolucionario se estaban enfriando mis sentimientos hacia mis hermanos de clase, ¿No era eso cambiar?

El Presidente Mao nos enseña: “En la sociedad de clases, cada hombre ocupa una posición de clase determinada y no existe un solo pensamiento que no lleve su distintivo de clase”. Por el hecho de haber nacido en una familia de campesinos pobres y haber crecido bajo la bandera roja no quería decir que no viviera en una sociedad de clases. Por una parte, a través de la educación del Partido había asimilado el pensamiento Mao Tse-Tung; pero por otra las cosas perniciosas, burguesas, no pudieron dejar de marcarme en gran medida. En consecuencia, se desarrolló en mi interior una lucha entre el interés común y el interés privado sobre este problema fundamental que es la concepción del mundo, y sus contradicciones se desarrollaron en mí, al pasar de simple miembro de la brigada de producción a uno de los detentadores del poder, en nuevas condiciones, transformándose la una en la otra. Debía enfrentarme, pues, a sus dos aspectos: por una parte el avance, por la otra el retroceso. Estaba evolucionando en el sentido del progreso y el interés común era lo principal cuando conseguía estudiar concienzudamente el Pensamiento Mao Tse-Tung, cuando luchaba conscientemente contra el egoísmo y criticaba el revisionismo, y reformaba mi concepción del mundo; por el contrario, retrocedía y dominaba el interés privado cuando aflojaba en mis esfuerzos para conseguir una síntesis ideológica. Esto me hizo comprender profundamente que sólo podemos convertirnos en revolucionarios a partir de nuestros esfuerzos conscientes, y nunca únicamente por razón de nuestro origen. La afirmación según la cual se nace revolucionario niega de hecho la lucha entre las contradicciones y su transformación de una en otra niega la necesidad de la síntesis ideológica.

Nuestro gran dirigente, el Presidente Mao, nos enseña: “Ella (La dialéctica materialista) considera que las causas externas constituyen la condición de los cambios y las causas internas son la base de los cambios y las causas externas actúan a través de las causas internas”. La práctica me hizo comprender que las condiciones objetivas son muy importantes para el cambio de las ideas del hombre, sin que por ello sean absolutas, pues las causas externas solo pueden producir efecto si actúan a través de las causas internas. Por ejemplo, dos clases de condiciones objetivas de cambio se me presentaron cuando desde simple miembro de la brigada accedí a un determinado puesto de dirección: Por una parte tengo más oportunidades de estudiar, la posibilidad de conocer más rápidamente los documentos provenientes de las autoridades superiores, la posibilidad de beneficiarme de la ayuda y consejos de los dirigentes y de los camaradas, lo que me ayuda mucho para captar el espíritu de las instrucciones; todas estas son condiciones que favorecen mi evolución en sentido positivo. Por otra parte, dada mi nueva situación, me muestro en público en ocasiones cada vez más numerosas, las gentes me halagan, debo consagrar más tiempo que antes a reuniones o a escuchar informes, lo que hace reducir en la misma proporción el tiempo que normalmente dedico al trabajo colectivo. Por todo ello corro el riesgo de convertirme en una especie de alga marina flotante por encima del trabajo en lugar de tener clavadas en él sus raíces, y constituye el lado de carácter nocivo que puede hacerme evolucionar en un sentido negativo. Un auténtico revolucionario debe armar su espíritu con el brillante pensamiento filosófico del Presidente Mao, elevar su conciencia de la necesidad de proseguir la revolución, poner en práctica su actividad subjetiva, adoptar una actitud justa hacia las condiciones materiales, los análisis, sacarles provecho y transformar los desfavorables en favorables.

Citemos como ejemplo la cuestión de la relación entre las reuniones y la participación en el trabajo productivo. Sin hacer reuniones es imposible propagar y aplicar las medidas políticas del Partido, lo cual influye en el trabajo, y al no participar en un trabajo productivo, uno se separa de las masas, y a la larga se torna perezoso, goloso, se las ingenia para apoderarse de los bienes de la comunidad, llenarse los bolsillos hasta que finalmente se produce el cambio. Existe una contradicción entre querer a la vez asistir a las reuniones y participar en el trabajo de los campos; por otra parte, en lo que respecta a la gestión de la brigada me pongo como principio ocuparme tan solo de los asuntos importantes, de manera que exista una buena división del trabajo y que no quede abandonado ningún aspecto. De esta forma el equipo dirigente se encuentra desembarazado de las mil pequeñas tareas de rutina y tiene mucho más tiempo disponible para participar en el trabajo de producción agrícola.

Veamos otro ejemplo. A causa de mi papel de dirigente y de la necesidad del trabajo, a menudo se me pide que me siente en la tribuna. Al principio temía que esto me separara de las masas y por tanto me esforzaba por rehusar el ofrecimiento. Pero después comprendí que en cualquier tipo de reunión es preciso que haya gente que se instale en la tribuna, y que el problema de separarse o no de las masas proviene de saber si las masas cuentan o no como tales. Lo que es peligroso no es precisamente estar en la tribuna, sino perder de vista los intereses de las masas. Igualmente, cambiar de situación para convertirse en dirigente no tiene nada de peligroso en sí; el peligro consiste en perseguir el fausto y la fama, considerar como privilegios unidos a sus funciones las facilidades de las que uno se beneficia a causa de su trabajo, y considerarse superior a los demás por el hecho de que existe una división del trabajo. Aquí precisamente está el inicio de una “Evolución pacífica” hacia el capitalismo. En consecuencia, nuestra actitud debe ser la de exterminar las condiciones teniendo en cuenta los dos aspectos de la contradicción, el aspecto positivo y el aspecto negativo, y solamente así se podrá estar seguro de que se está evolucionando en un sentido favorable a la revolución.

El Presidente Mao nos enseña: “En el plano ideológico, la cuestión de saber quién ganará, si el proletariado o la burguesía, todavía no está realmente resuelto. Debemos mantener un largo combate contra la ideología burguesa y pequeño burguesa, sería un error no comprenderlo y renunciar a la lucha ideológica”. Cualquiera que sea el sentido en el que cambian nuestras ideas, es un reflejo de la encarnizada lucha que se libra en la sociedad entre las dos clases y las dos concepciones del mundo en el plano ideológico. En una lucha de ese tipo, nosotros, los revolucionarios, debemos adoptar una actitud activa, de ofensiva, vencer a las ideas burguesas con el Pensamiento Mao Tse-Tung para ejercer la dictadura del proletariado en el terreno ideológico y político. Debemos estudiar a fondo el Pensamiento Mao Tse-tung, armar nuestro espíritu con las teorías del Presidente Mao sobre la continuación de la Revolución bajo la dictadura del proletariado, luchar contra el egoísmo y criticar al revisionismo, y transformar conscientemente nuestra concepción del mundo. Solamente así los humanos no se convertirán en revisionistas ni el poder cambiará de color. En particular, en la actual situación en la que hemos conseguido grandes victorias, debemos, por medio de la dialéctica materialista que quiere que se tengan en cuenta los aspectos positivo y negativo de una misma contradicción, denunciar las nuevas corrientes de la lucha de clases, permanecer vigilantes para saber esquivar las balas almibaradas que los enemigos pretenden lanzarnos a cada instante. Debemos habituarnos a forjarnos en medio de las invectivas y saber prevenir de la misma forma nuestra caída en medio de los aplausos.

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